miércoles, 13 de agosto de 2008

La formación reducida a formato, a propósito de un libro de Carlos Ángel Hoyos

por Gerardo Meneses Díaz




La vileza de hoy no es el predominio de
la llamada cultura material sobre la espiritual.
Lo verdaderamente digno de ataque sería
la separación de la conciencia de su relación social.

T. W. Adorno




En el estupendo prólogo que Theodor W. Adorno —el pensador de la negatividad dialéctica—, dedica a la novela Un mundo feliz, encuentra la racionalización del miedo al vértigo moderno, sólo que sublimado por Huxley en forma de literatura.


Con fina hermenéutica, Adorno permite comprender el desasosiego y pavor propios de los intelectuales ante la desmagización del mundo supuesta en los procesos subyacentes a la modernización, cuya aporía se reducía a descubrir que “... lo que se tiene que hacer, si se quiere conseguir algo (si se quiere ser admitido entre los empleados de la vida convertida en supertrust), es extirparse como ser independiente y autónomo. El que se resiste, el que no capitula para ponerse en fila con el alma y el cuerpo, sucumbe al trauma que todo aquél mundo cósico cristalizado en bloques gigantescos infiere a todo aquel que intenta no cosificarse. Y el modo de comportamiento con el cual el intelectual, impotente en la relación de mercancía que todo lo envuelve y que es la única reconocida, reacciona al trauma es el pánico”.[1]


Lo inquietante de la mirada del filósofo alemán, es tanto su capacidad de anticiparse al presente como la agudeza en el desmantelamiento de los procesos de control impuestos a lo humano. Ahí donde la deslumbrante distopia de Huxley era la más pura expresión del espanto ante la americanización de la cultura, o donde la precisión de los textos de Orwell sobre los totalitarismos y el panóptico mediático, parecían vociferar una suerte de rechazo total a la negatividad, Adorno no profetiza, no crea una futurología ficticia, pues entiende las enseñanzas de Freud a propósito de nuestras fantasías; por el contrario, Adorno lee la racionalización en sus múltiples fantasmas, interpreta los dispositivos de que se vale la dominación política para alcanzar el conditioning de la subjetividad social e individual, pero bajo la dialéctica que nos constituye.[2]


Esa es, precisamente, una de las formas de cultivar el pensamiento crítico, tarea de la que Carlos Ángel Hoyos es un eminente representante en la pedagogía (vista como un saber que proyecta formación) y la reflexión sociohistórica actual, como puede constatarse en este esfuerzo que representa su obra: Format(i)o de modernidad y sociedad del conocimiento, una deconstrucción en torno a la morfología del poder organizacional y educativo de nuestro tiempo.


La discusión gravita en rededor de un presente que ha logrado disfrazarse de destino inexorable, de futuro que nos ha alcanzado, en un ya muy trillado positivismo de ciencia ficción.


Hoyos des-vela, con afán hermenéutico, el proyecto privado de orden social, donde como escribía el mismo Adorno, se busca producir un efecto de conditioning social; es decir, de “... adaptación sobre sí mismo, es la interiorización y la aprobación de la presión y la opresión sociales por encima de todo [...] Como hijos de la sociedad en el más literal de los sentidos, los hombres no se encuentran ya en principio en una relación dialéctica con ella, sino que coinciden sustancialmente con ella”.[3]


La cuestión central consiste en ir, paso a paso, desgajando el discurso de modernidad que prometiendo formación, derivó en formato... él mismo se hizo formato (de modernidad) en la, así llamada, sociedad del conocimiento; modélica posmoderna de racionalidad performativa.


El punto de arranque lo constituye la ineludible necesidad de tematizar a la Formación, dado el signo globalización y las improntas de la cibernética transformada en episteme, en espíritu de la época. El reclamo se dirige a la biologización de lo humano-social, con franco menosprecio a lo histórico-cultural y énfasis en una concepción empresarial de la economía, donde sólo cuenta el beneficio, el plus-valor.


Hoyos, des-hila el logos pragmático a fin de sostener cómo éste fragmenta lo que era unitario y totalizador, el concepto de formación como posibilidad de la conciencia para sí. Y justamente, desde una conciencia en movimiento, penetra en el núcleo del problema al examinar la capacidad de recomposición mostrado por las sociedades de economía informacional, mismas que luchan por colonizar los mundos de la vida, tecnológicamente, en una sórdida confusión entre fines y medios. Así que si en el pasado sirvió la fundación del Estado-nación, hoy pueda ser un obstáculo su existencia y haya que borrar toda suerte de fronteras, en forma desbocada, para mejor control de las finanzas y los mercados.


La sociedad postindustrial ha gestado sus modos de reducción y formateo de la conciencia para adscribirlos al mundo feliz del trabajo. Lo complicado del caso es la engañosa fachada de progreso con que aparece, que no es sino el eterno retorno de las promesas de un cielo en la tierra, sólo que esta vez con el apellido ‘punto com’ (.com), con una velocidad más drástica y una profundización en las desigualdades, pues la exclusión es la consecuencia de la inequitativa distribución de oportunidades, del exacerbado individualismo de las políticas neoliberales.


Para el autor no pasa desapercibido el señalamiento de Estefanía respecto a que en el esquema del pensamiento único, “el colectivo más afectado por el desempleo de larga duración es el de los que no tienen la formación necesaria para enfrentarse a un mercado de trabajo cada vez más segmentado y sofisticado. Entre las medidas de largo plazo —no de choque— para corregir esta situación figura una educación permanente y adecuada a las nuevas necesidades. Con esta educación no sólo se paliarán los porcentajes de paro, sino también los de la marginalidad y la pobreza”.[4]


De acuerdo con Hoyos, el formato de modernidad en la sociedad del conocimiento se deja sentir en tópicos como la educación continua —y la amplia gama de aprendizajes funcionales a las que está ligada en su obsesiva hiperactualización (Carrizales) de amnesia por el patrimonio simbólico de la cultura y la tradición y el congelamiento del presente—, la Orientación Educativa —de enorme relevancia pues, además de trabajar con los jóvenes, hace pasar lo privado como si fuera público, articulando el mundo del trabajo con el proyecto supranacional (de globalización tecnoeconómica), la subjetividad, el psiquismo y las ideas de un presunto por-venir idealizado—; y, el fracaso escolar —leído como el síntoma mayúsculo de lo que desea formatearse, el espacio institucional, hasta institucionalizar, cual rizoma, todos los ámbitos susceptibles de control.


Carlos Ángel da un paso más, desacraliza el halo mágico con que algunos discursos hablan de la sociedad del conocimiento, al tiempo en que exorciza cualquier satanización incapaz de buscar las posibilidades de la conciencia formativa, en la apremiante condición de la modernidad tardía.


En esos términos, apuesta por la necesidad social de la educación, pero siempre en el marco formativo, en el de la dialéctica comprensiva-explicativa con la que siempre ha abierto horizontes de inteligibilidad y acción a todos los que se esfuerzan por construir proyectos alternos al conditioning tan cuestionado por Adorno y tan recargado por los futurismos del desánimo.


Indiscutiblemente, el libro de Hoyos es una garantía de reflexividad. Enhorabuena...



Gerardo Meneses Díaz / Lucerna DIOGENIS / 2006







[1] Adorno, T. W. “Prólogo”, en Huxley, A. Un mundo feliz. Retorno a un mundo feliz, Porrúa, Sepan cuantos..., N°. 587, México, 2005, pp. IX-X


[2] En Ibid, p. XII, señala el autor: “La panacea que garantiza la estática social es el conditioning, expresión difícil de traducir a lenguas europeas, que llegó a la lengua cotidiana americana procedente de la biología y de la psicología behaviorista —en la que significa la producción de determinados reflejos o modos de comportamiento por modificaciones planeadas del mundo circundante, mediante el control de las ‘condiciones’— y sirve en esa jerga no técnica para denominar todo tipo de control técnico de las condiciones vitales; por ejemplo, air conditioning, que significa el equilibrio de temperatura en espacio cerrado”.


[3] Id



[4] Estefanía, J. Contra el pensamiento único, Punto de lectura 47, Santillana-Taurus, España, p. 453. En el prólogo que Touraine hace a la obra de Estefanía, es interesante subrayar el planteamiento de que: “No es el capitalismo el que está en crisis, sino la crítica al capitalismo que muchas veces se sigue haciendo sobre bases ideológicas falsas, o sobre criterios antiguos. Mientras no se reconozca esto, que no se puede estar contra el capitalismo en bloque porque es el único sistema vigente, sino enfrente de las consecuencias más desgraciadas del mismo, será muy difícil avanzar y los esfuerzos sólo conducirán a la melancolía o a convertirnos en rebeldes sin causa. Un capitalismo que ha perdido todo sentido del miedo, porque no tiene enemigo, no tiene contendiente desde la caída del muro de Berlín y la autodestrucción del socialismo real. En la posguerra mundial, los países occidentales crearon el Estado de Bienestar, esto es la universalidad de la sanidad pública, educación pública, pensiones públicas, un seguro para todo aquel que no encontraba empleo, negociación colectiva, etcétera, se puso en marcha para evitar que los trabajadores occidentales tuvieran la tentación de mirar hacia las conquistas aparentes o reales del comunismo, y las prefiriesen. Así se lograron unos derechos adquiridos. Desaparecido el socialismo real se ha iniciado una especie de contrarrevolución que consiste en limitar o anular algunos de esos derechos adquiridos. Se apoya para ello en una dificultad real: la crisis fiscal del Estado, la falta de recursos públicos suficientes para mantener esos derechos en una coyuntura demográfica adversa (mayor esperanza de vida de los ciudadanos). Pero la consecuencia inmediata es que se pone en duda la universalidad de esos derechos; así, las pensiones deberían ser públicas sólo para los indigentes y los demás tienen que ahorrar en sistemas privados para su jubilación. Lo mismo ocurre con la sanidad o la educación. Pero éste es un problema en primer lugar político y sólo en segundo lugar económico, de recursos públicos escasos. Frente a los que consideran que las pensiones, la educación o la sanidad son bienes, hay que reivindicar su carácter de derechos y tratarlos en el terreno de la política, no de la economía”.

2 comentarios:

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